No sé si me estoy haciendo mayor o exigente. El caso es que cada vez que veo un producto busco que esté hecho con materiales naturales, nobles, que me aporten ese plus de tacto, vista, oído y olfato. Cada vez que veo un mueble en el que hay detalles en macizo, en el que se ha procesado de forma artesanal y manual la mayoría de sus elementos, me invita a tocarlo, a olerlo, a observarlo… Y es que llevamos unos años en los que la crisis nos había arrastrado a comprar bonito y barato. Pero, ¿y la calidad? ¿Es que acaso las cosas se hacían igual pero a un 60% menos? No nos engañemos. Las cosas valen lo que valen aunque, en ocasiones, nos intentemos autoconvencer de lo contrario.
Yo cada vez estoy más convencido. La madera es madera y las imitaciones son otra cosa. Igual no es lo mismo un sofá en piel flor o piel natural, que uno de polipiel. El tacto, maleable con deformación lenta, el olor tan característico típico del curtido artesanal y equilibrado, y por supuesto la durabilidad del material. No hay más que fijarse en las asas de los bolsos que son en polipiel, como se pelan al año de uso y como se mantienen eternas las de piel.
Lo mismo ocurre con los textiles, la ligereza y transpirabilidad del lino, la caída y el tacto suave de un buen algodón egipcio, materiales que dan prestancia a unas buenas cortinas. Y como no, las maderas, cada una con su olor característico, con su veteado particular, su tono peculiar y una vez lijadas, ese tacto tan ancestral que nos transporta a lo más primitivo de nuestro ser. El empaque de las maderas nobles y lo que nos recuerda a ese mueble particular que tenía nuestra abuela como secreter o esa mecedora donde mi abuelo se fumaba un pitillo liado por él mismo… Esas cosas artesanales. Yo ya he cambiado de forma de pensar, ¿y tú?
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