Sonando: The Neverending Story (Limahl)
Como buena romántica que soy, de vez en cuando me gusta echar la vista atrás para recuperar ciertos elementos de mi pasado y, quizá, intentar revivirlos, o al menos experimentar esa sensación al respecto que persiste en mi memoria: una especie de retrospección placentera para espíritus decimonónicos como el mío.
He de decir que sé que odiáis la manera en que utilizo palabras inusuales, formas poco comunes del lenguaje y, en general, mi gramática y ortografía escrupulosas. No es mi culpa. Yo solo soy el monstruo en el que los protagonistas de uno de los episodios que más veces suelo rescatar de la inmensidad de mis recuerdos, me convirtieron. Los responsables de que hoy viva en mí el gusanillo de la lectura y la escritura son ellos. Os presento algunos de los libros que engendraron la filia literaria de quien suscribe, y os animo a que rebusquéis en vuestras conciencias y rescatéis los vuestros (les debemos más de lo que pensamos):
Cuando Tina berrea (Tilman Röhrig)
Lo tomé prestado en el colegio cuando cursaba segundo o tercero de Primaria. Entonces teníamos una especie de sistema de préstamo de libros en el que los viernes podías escoger uno, y una vez terminado lo devolvías y lo cambiabas por otro. Uno de los más codiciados en mi clase era precisamente este: si lo conseguías eras el niño más afortunado del mundo. Y además de ser especial por eso, ¡sus páginas olían a violetas! Una delicia, lo recuerdo perfectamente. Por aquella época nos hacían gracia las rabietas de Tina, incluso nos recordaban a las nuestras propias o a las de nuestros hermanos; sin embargo, detrás de todo aquello, relucen los celos, la envidia y los diferentes traumas que acarrea el desarrollo de roles entre hermanos bajo la correspondiente batuta de los padres. Releer estas cosas cuando tu cabeza va teniendo solera, es revelador.
Macaco y Antón (Alfredo Gómez Cerdá)
Por este libro, en mi colegio, rodaban cabezas. En serio. Nunca había manera de hacerse con él ¡porque siempre estaba prestado! Con Macaco y Antón nos ilusionamos porque les vimos cumplir su sueño de ser maquinistas de tren, pero lo que no sabíamos es que gracias a la interacción de este par de amigos con su tirano jefe, también nos iniciamos en el desconocido mundo de la asertividad. Saber decir que no, tener habilidades para expresar nuestras
opiniones o sentimientos sin que por ello alguien pueda verse perjudicado. Es algo que si no se trabaja desde la base difícilmente podrá practicarse con éxito en el futuro, pero una vez se domina… Entonces you’ve got the power, amigo.
Querida Susi, querido Paul (Christine Nöstlinger)
Mucho antes de que Internet copara las vías comunicativas, los niños solíamos escribirnos cartas y postales para mantener el contacto con aquellos amigos o familiares que se encontraban lejos de nosotros. No seré yo quien critique los beneficios de los actuales métodos de comunicación y las nuevas tecnologías, sin embargo, el cosquilleo que producía encontrar en el buzón un sobre dirigido a ti, es insuperable. ¿Y las cosas que nos decíamos en aquellas misivas? Asuntos trascendentales, como que en la playa te había picado una medusa, que estabas harto de los ronquidos de tu padre o que ardías en deseos de llegar al pueblo y jugar a polis y cacos. Susi y Paul son una oda a todo eso, a la máxima expresión de la pureza de ser niño, a pintarse corazones y transmitir un cariño limpio de prejuicios y maldades. Soy tan consciente de que una gran parte de mi vida fue así, que no sabéis qué felicidad y qué paz interior siento. Quienes tengáis el regalo y la responsabilidad de los hijos: permitidles ser niños en todo su esplendor, sin desestimar las cosas que a vosotros, de pequeños, os apasionaban, porque resulta que a veces, lo más sencillo, termina por ser lo más valioso.
Los amiguetes del pequeño Nicolás (Sempé / Goscinny)
No os podéis imaginar el cariño que le guardo a Nicolás y su pandilla: Agnan, Clotario, Godofredo, Joaquín, Alcestes… ¡El vigilante a quien apodaban «El Caldo» porque cuando te miraba tenía «ojos de grasa»! Todos ellos entrañables, de nuevo desprendiendo esa inocencia de niño travieso pero con buen corazón que un día fuimos. El «universo Nicolás» dio para más de cinco libros e incluso una película, y recomiendo encarecidamente su lectura en formato papel para disfrutar mejor, si cabe, de las ilustraciones del gran Sempé. Si eres niño de la década de los 50, recordarás aquellos maravillosos años con una sonrisilla en la boca.
Charlie y la fábrica de chocolate (Roald Dahl)
Rozando un poco el eterno debate: ¿es mejor el libro, o la película? Yo soy de la opinión de que, por lo general, donde esté el libro, se quite el séptimo arte, pero hay que reconocer el mérito de quienes se atreven a dar vida a un montón de páginas escritas. La historia de Charlie Bucket me fascinó mucho antes de que el gran Tim Burton «le metiera mano» y saltara mundialmente a la fama superando a la película que le precedió en el año 1971. Este libro también estuvo muy de moda entre los niños de mi clase, recuerdo que varios de nosotros nos lo leímos a la vez y solíamos comentar «por dónde íbamos», es decir, cuántos de los niños que inicialmente consiguieron entrar en la visita a la fábrica de Willy Wonka, continuaban en la misma. Cabe destacar, en el relato, la delicadeza con la que transmite lo caprichosos que somos los niños (y no tan niños) a través del desarrollo del mismo. Tantos antojos, tanta «necesidad creada», tanto de «todo» y tan poco de lo que realmente suma… Problemas del primer mundo, ya se sabe.
Melodía siniestra (R.L.Stine)
Con trece o catorce años, y tras (no) haber superado un trauma infantil con Freddy Krueger, me sentí preparada para abordar otro tipo de lecturas más allá de El Barco de Vapor. La serie literaria Pesadillas, en la cual se encontraba Melodía siniestra, se hizo muy popular por aquella época y quien más quien menos se hacía con alguno de los ejemplares que formaba parte de la colección. Hasta mis manos y mis ojos llegó este en forma de regalo de cumpleaños, y me decidí a leerlo presa del morbo y la curiosidad de enfrentarme por primera vez a una lectura a priori misteriosa o de terror. Quizá no resulte memorable por su calidad estilística o narrativa, sin embargo, a mi cabeza pre adolescente le sirvió para comprender que también los libros pueden conseguir generar a quien los lee sensaciones de intriga, suspense y por qué no decirlo, miedo. Realmente algo muy especial que no sucede con el cine, por ejemplo: cuando experimentamos miedo viendo una película, es probable que algunos reaccionemos cerrando los ojos o desviando la mirada, pero la escena continuará inexorablemente, miremos o no. La magia de leer te «obliga» a atravesar cada instante de la historia, te enfrenta a ella, y quizá ser dueño de tus propios temores te sirva saber gestionarlos y, en definitiva, para conocerte mejor a ti mismo.
Como suele decirse, son todos los que están, pero no están todos los que son. Haciendo balance me doy cuenta de que realmente tuve una infancia muy marcada por los libros, si bien es cierto que durante mis años de niña (y no hace tantísimo de aquello) no vivíamos en una sociedad tan híper tecnológica como la de ahora, ni había doscientos canales en la televisión, ¡ni siquiera teníamos ordenador en casa!, con lo cual dedicábamos nuestro tiempo de juego u ocio a actividades entretenidas al alcance de nuestra mano. En fin. He aquí un pedacito de mi esencia más pura, un pequeño granito de arena que ha derivado, tras un paulatino horneado, en lo que veis / leéis ahora. ¡Y a mucha honra, eh!
Pronto más Regaliz para dos, amigos.
URBAN Style signature: Leticia San Andrés
Suscríbete a la newsletter
No te pierdas nada de los contenidos que publicamos a diario, ahora Urban Style en tu correo.