El 12 de enero de 1917 Damián Mateu y Francisco Aritio, representado a la prestigiosa Hispano–Suiza, se reunieron con el alcalde de Guadalajara para gestionar la instalación de una industria de automoción en su término municipal. Unas semanas después, don Miguel Fluiters anunciaba en sesión pública el éxito de la propuesta y la inmediata construcción de los talleres en unos terrenos del paraje de la Regalada, entre la carretera de Marchamalo y la vía férrea, después de desestimar otros inmediatos al Paseo de las Cruces.
A lo largo de 1917 los semanarios La Crónica y Flores y Abejas darían cumplida cuenta de todo lo referente a La Hispano, S.A. Por ellos sabemos que en diciembre ya se había invertido 1.500.000 pesetas en la construcción de los edificios, e importado desde Estados Unidos maquinas y herramientas por un valor de más de dos millones. También se informó del objeto de esta mercantil: la fabricación de automóviles y camiones ligeros para el Ejército, Correos y CAMPSA, motores de explosión, armamento y material de guerra, y aeroplanos. Para esta última sección se había contratado al capitán de Ingenieros Eduardo Barrón, quien contaría con el personal y con la maquinaria de la desmantelada Compañía Española de Construcción de Aeroplanos de Santander. Finalmente, en junio de 1918, La Hispano comenzaría su actividad con una plantilla de cuatrocientos trabajadores.
Un año después se constituía otra sociedad, La Hispano Aircraft, coparticipada con la británica The Aircraft Manufacturing Company Ltd., para construir algunos aviones de combate AIR-CO, y todo aquello que se relacionase con la navegación aérea. Entre 1917 y 1936, además de los De Havilland, salieron de sus talleres los Hispano-Nieuport 52, los Hispano E-30 y el Avión Escuela y de Turismo HS-34, entre otros modelos.
Pero también, a comienzos de la década de los treinta, La Hispano se pudo afianzar como líder de la industria automovilística gracias a la llegada de la FIAT. No en vano, esta sociedad italiana, ante el éxito de sus utilitarios, adquirió la sociedad alcarreña, trasladó hasta esta capital a los ingenieros Bonadé Bottino y Gobatto, e invirtió 3.500.000 de pesetas para la puesta en marcha de la primera cadena de montaje de vehículos en España y lanzar al mercado el Hispano 514.
Todos estos esfuerzos, así como el futuro prometedor que se auguraba durante décadas, quedaron truncados en el difícil período republicano y tras su trágico desenlace. El mazazo llegó en 1953 cuando el gobierno de la nación retiró a las instalaciones de La Hispano la calificación de “interés para la Defensa Nacional”. Comenzaba así un triste capítulo que concluirá, si nadie lo remedia, con la desaparición de todo vestigio.
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