La armonía, el orden y la meditación son los pilares del jardín japonés, donde la estrecha relación entre el humano y la naturaleza conectan entre sí.
En un jardín japonés nada queda dispuesto al azar. Todos sus elementos: las rocas, el agua o la vegetación están cargados de simbolismo e interactúan para transformar el jardín en un lugar en armonía con el resto del mundo.
El jardín japonés no es el mismo que el jardín zen, aunque este es un estilo de jardín japonés, no es un jardín puramente japonés, ya que su principal característica es no tener elementos vegetales. En el jardín japonés sí hay elementos vegetales, como los bien conocidos bambúes, arces, rododendros o azaleas, aunque el centro de atención son principalmente las rocas.
A pesar de que no se puede entender un jardín japonés separando los elementos que lo componen, sí que es necesario saber por qué se utilizan los diferentes elementos y qué papel juegan en la visión global del jardín.
Rocas, agua y vegetación
En el jardín japonés reina la naturalidad y se buscan especies vegetales de crecimientos lentos y densos para evitar podar, algo que se entiendo como un límite a la naturaleza para expresarse. Un claro ejemplo de estas plantas son los arbustos caducos como el arce japonés o perennes como las azaleas, rododendros o camelias. Sin embargo el musgo es muy apreciado y en la cultura japonesa lo cultivan para rodear a las rocas que hacen de islas. Antes de crear un jardín japonés, se debe buscar un motivo o paisaje que representar y en base a él se escogen los elementos. Los principales elementos que se utilizan para recrear la esencia de los paisajes nipones son las rocas, el agua y la vegetación.
Las rocas, elegidas en base a su forma, textura y color, representan montañas e islas y simbolizan la fuerza y la estabilidad. El primer paso, es decidir cómo se van a disponer las rocas en el jardín y en base a ello se colocarán el resto de elementos.
Por lo que se refiere al agua, fluyendo o estancada, representa la vida en el jardín. En ella viven peces, anfibios y, según la tradición, evoca a la reflexión y la meditación. No obstante el agua desaparece por completo en el “Jardín seco” o el “Jardín zen” y es sustituida por grava fina rastrillada en forma de olas que evocan el movimiento.
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