Un sistema auditivo sano puede reconocer los sonidos graves (un contrabajo o el tráfico) y los agudos (un violín o el canto de los pájaros). En términos técnicos, frecuencias de entre 20 y 20.000 hercios. Además, puede procesar sonidos muy leves, como el zumbido de un mosquito, y muy altos, como el motor de un reactor. Esto equivale a un volumen de entre 0 y más de 120 decibelios.
Nuestro cerebro tiene tendencia a comprender el habla y puede procesarla en cualquier situación. Cuando estamos en una cafetería, hablando por teléfono o en una conferencia, el cerebro filtra y desecha muchos sonidos irrelevantes para concentrarse en los que quiere oír. Gracias a esta capacidad, podemos concentrarnos en un único instrumento de una orquesta o participar en una conversación íntima en medio de un entorno ruidoso.
Recibimos sonidos en 360 grados, procedentes de cualquier punto alrededor de la cabeza. Diferenciando entre delante y detrás, arriba y abajo. Esto nos permite saber de dónde viene un sonido, el tamaño de una sala o si hay un atasco en la zona.
A veces nos resulta difícil seguir conversaciones en determinados lugares, sobre todo ruidosos. Esto se debe a que el habla está compuesta de una gran cantidad de sonidos diferentes combinados en un rápido flujo. El cerebro prioriza y organiza esos sonidos constantemente.
Al estudiar la audición descubrimos que el cerebro trabaja más que los oídos. Y puede ser frustrante intentar seguir una conversación en un entorno ruidoso. Esto es difícil incluso para las personas que no tienen pérdida auditiva. El cerebro clasifica toda la información a la que prestamos atención mediante un proceso cognitivo. Dicho con pocas palabras, el cerebro organiza el entorno sonoro, selecciona la fuente deseada y la sigue. Sin embargo, en el caso de las personas con pérdida auditiva, el cerebro tiene que trabajar mucho más para interpretar el sonido porque la señal que recibe de los oídos es más tenue, menos detallada y menos nítida.
Algunos sonidos se oyen mejor que otros. Las consonantes agudas, como la f, la s y la t, quedan fácilmente ahogadas por vocales más fuertes y graves como a, o y u. Por eso las personas con pérdida auditiva pueden quejarse de que oyen que otros están hablando pero no entienden lo que dicen.
Imagine cenar en un restaurante bullicioso. De fondo se oye el entrechocar de los platos, alguien arrastra una silla, voces, risas y camareros que van de un lado a otro. Usted se esfuerza por entender lo que sucede en su mesa y está cada vez más agotado.
Al final, acaba fingiendo que oye. Asiente con la cabeza, muestra interés y acompaña las risas del grupo aunque no entiende los chistes. Empieza a sentirse excluido. Cuando sale del restaurante le duele la cabeza, está de mal humor y no tiene ganas de repetir la experiencia.
Uno de cada seis adultos sufren algún grado de pérdida auditiva.
Consejo: Póngase en manos de profesionales que le informarán sobre sus necesidades auditivas.
Fernando Prieto
Óptico optometrista en Anfer Óptica
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