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Confesiones en voz baja

Sonando: Se me ocurre que nadie (Loquillo y Luis Eduardo Aute)

Hoy me he odiado. He querido hacerme daño, me he despreciado,
insultado, humillado.

He deseado no existir. He sentido realmente sobrar aquí, no
pertenecer a este mundo, no merecer ser ni estar. En mi silencio
interior todo sonaba hueco, vacío. Me he repudiado
tanto que llegué a advertir ciertas náuseas, me di asco, fui
antinatural.

Me deseé males terribles. Me avergoncé de quién soy y de
cómo soy, de lo que hago y de cómo lo hago; quise no ser,
dejar de ser. Con todas mis fuerzas.

Excavé duramente en la profundidad de mi alma. Lo hice de la
manera más agresiva que fui capaz, a un ritmo incesante, así
que más bien excavé violentamente contra mi alma. Quería
que me doliera.

Y con empeño lo conseguí, logré hacerme daño, atentar contra
mí, mancillar mi ser, mi esencia, todo lo que me constituye.
Logré sepultarme en el fondo del abismo, allí donde no
existe la vida, donde solo existe la vida en la muerte y donde
morir no permite el descanso eterno sino una agonía que se
prolonga eterna.

Entonces, aquello que era yo, ruina pura, mi yo más débil,
yacente en las profundidades de ese infame lugar llamado
infierno, bajo la luz de las tinieblas y el aliento del ahogo, alcanzó,
por fin, a escuchar el llanto de sus lamentos.

Brotó de mis entrañas toda la podredumbre que me carcomía,
mi alma en estado de putrefacción, dañada, agredida,
vencida, destrozada completamente por mí y solo por mí, el
ser más letal al que me enfrento y al que me enfrentaré; brotó
estrepitosamente a la superficie salpicándolo todo de la
decadencia más perniciosa que puede asolar a un ser humano,
salió aquello afuera en forma de lágrimas y las lágrimas
tornaron en río, río de angustia que sigue su curso y que va a
dar en la mar, que es el morir.

Comprendí, escuchando mi llanto, que uno no busca la muerte
sino que es ella, caprichosa, quien nos ha de sorprender
un día; que el río es vida en realidad y que la angustia nunca
domina su caudal sino al revés. Entendí que catapultarse al
cielo o enterrarse en el infierno es el mismo querer de uno
mismo, y que en la última de las últimas instancias eso es lo
que queda, uno mismo.

Así pues, hoy, que tuve la valentía desdeñable de odiarme,
de querer hacerme daño, despreciarme, insultarme y humillarme,
reúno la renovada fuerza de este mi alma purgada,
fortaleza que se proyecta en un recorrido potente e infinito
que muy probablemente hará sombra a esta sombría escena,
para recomponer los pedacitos de mi quebrado ser y, sí, para
pedirme perdón y perdonarme, y de este modo recordar que
hoy nací vulnerable pero renací más libre.

Pronto más regaliz para dos, amigos.

URBAN Style signature: Leticia San Andrés

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