Sonando: Across the universe (The Beatles)
Nunca hago cambio armario. Otoño, invierno, primavera o verano, mis jerséis, bañadores, vestidos, pantalones, camisetas y faldas conviven en perfecta armonía, sin incordiarse los unos con las otras ni los otros con los unos, en una especie de Torre de Babel de prendas de vestir.
Aquello, en el fondo, no dejaba de ser un caos, así que un día, de buenas a primeras, me atreví con mi primer cambio de armario. El objetivo era hacer un cambio de armario «de manual» y, supuestamente, tener visible y accesible la ropa de temporada. La cosa es que yo nunca había hecho un cambio de armario, así que técnicamente no tenía muy claro su funcionamiento: ¿Guardas la ropa apartada bajo la cama? ¿En armarios de otras habitaciones de la casa? ¿La hacinas en el horno y enciendes el modo «pirólisis»?
Decidí ir a por todas. Hacerlo a mi manera. Así que me volví loca. Me enajené por completo. Sufrí una ensoñación. Yo soy así: pienso una cosa y después yo misma me encargo de darle una vuelta de tuerca, y esa vuelta de tuerca es el puñetero Big Bang. Vacié, sobre mi cama, todo el contenido de los armarios de mi habitación. Todo. TODO. T O D O.
Los armarios quedaron huecos. Mi cama desapareció bajo una inmensa montaña de prendas de ropa de todo tipo. Y yo no daba crédito. ¿Cuánta ropa había ahí? ¿Cuántas vidas iba a necesitar para ponerme cada una de las prendas? ¡¿Por qué siempre voy vestida igual?!
Aquello me abrió los ojos. Recibí una bofetada de realidad. Fui consciente de todo lo que tenía, de lo mal que lo gestionaba y de lo lejos que estaba de optimizar nada en aquella habitación, o, quién sabe, en otros aspectos. Así que decidí que el cambio de armario iba a ser otra cosa. Iba a ser el comienzo de un cambio de vida.
Una a una, analicé, doblé y establecí un destino para cada una de las prendas que iban pasando por mis manos. Si se quedaba, le otorgaba su sitio, su espacio y su utilidad. Y su valor, por ínfimo que pareciera, se multiplicaba. La otra opción era desecharlo. El resultado se tradujo en seis bolsas grandes de inutilidades y obsolescencias. Seis bolsas de «noes». Y una vez fuera de mi casa, de mi vida, experimenté una increíble sensación de sosiego, de paz. Aquello sí tuvo sentido. El verdadero resultado fue descubrir que, efectivamente, menos es más. La sensación era de abundancia. Lo acepté. Pensé. Y nuevamente, implosioné: ¿Y si aplicaba el proceso en mí misma?
Comencé sacando afuera TODO lo que guardo dentro de mí. Imaginaos: no somos conscientes de todo lo que guardamos, ni en armarios ni en nosotros mismos. Al igual que había hecho con la ropa, examiné uno a uno los componentes que me conformaban hasta quedar vacía. Guau. Resulta que yo ya era inmensamente rica, mientras anduve tanto tiempo pensando que me enriquecía explotando la vía material. Y sí, también encontré en mi interior
gran cantidad de sinsentidos… Pensamientos, emociones, frustraciones, relaciones personales, cosas inútiles, nocivas, desgastadas. Basura acumulada en el alma.
Procedí con la fase de conservación y eliminación. Si el efecto con la ropa y lo material había resultado liberador, el nivel de bienestar que se alcanza reorganizando el universo personal es prácticamente magia. Y sonreí. Porque lo había conseguido. Me había embarcado en un nuevo camino, el de mi nueva vida. Con más espacio, más oxígeno y más pureza. Con la conciencia de saberme afortunada por todo lo que tengo, y conocer el proceso para eliminar lo que tengo pero no necesito.
Es otoño y parece que empieza a refrescar… ¿Cambiamos el armario?
Pronto más regaliz para dos, amigos.
URBAN Style signature: Leticia San Andrés
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