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Mi reino no es de este mundo

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Sonando: Calidad de vida (Loquillo y Los Trogloditas)

Hoy parafraseo a Jesucristo porque, la verdad, no encuentro manera mejor de expresarlo: mi reino no debe ser de este mundo porque si lo fuera, yo no sería yo.
Resulta que estos días de atrás me topé con gente mediocre que no sabe que lo es. Es decir, ellos practican y consumen mediocridad a partes iguales y no pueden dejar de hacerlo, son una especie de adictos a la pura megde. Por lo general proyectan la imagen de lo que querrían llegar a ser pero no son. Vaya, un holograma cutre carente de identidad propia, limitado únicamente al acopio de rasgos ajenos socialmente bien vistos, según su criterio.

Me di de bruces con esta gente y fue entonces cuando comprendí lo poco identificada que me sentía con ellos y lo fuera de lugar que me encontraba a su lado. Deduje por tanto que yo no debía ser de su especie y me aferré mentalmente, como quien encuentra un oasis en medio del desierto, a mis cualidades, mis virtudes, mis inquietudes y mis proyectos, y me prometí a mí misma no abandonar ese camino lleno de pequeñas piedras y grandes recompensas, ni por supuesto ser jamás una de ellos.

La realidad nos golpea así de brusco, amigos. Sentir de manera tan clara todo eso significa que una ya, a sus treinta más uno, va siendo capaz de reconocer y diferenciar las sumas de las restas (¡ay, si mis profesoras de matemáticas me leyeran!) Supongo que a eso se le llama hacerse mayor, pero yo prefiero decir que cada vez me conozco más y mejor. Y que sé lo que quiero y lo que no, y que encima puedo elegir, toma ya.

Quise otorgarles el beneficio de la duda. Imaginé cómo sería la vida dejándose uno al antojo del cauce del río más caudaloso, esperando a que todo tenga que suceder porque aquello que ha de suceder nos sobrevenga y no al revés, siendo nosotros quienes, ávidos de practicar la superación, forjemos el cauce de nuestro propio río a base de crear lo que debe suceder, que no es otra cosa que lo que nosotros, y solo nosotros, queramos que suceda.

Trabalenguas aparte, no fueron capaces de seducirme estas personas. Respeto que vivan bajo el efecto narcotizante que la mediocridad, en todas sus formas y variantes, les proporciona, pero… Yo ahí no encajo. El opio del pueblo es la mediocridad hecha programa de televisión, hecha publicación de red social, moda estúpida, o incluso personificada: en las palabras de ese ignorante que se erigió jefe pero no responsable; del conocido que grita mucho y dice poco, del compañero que presume de banalidades y carece de trascendencia, o en las de ese líder que se empeña en vender humo, y que además se le ve el plumero. Todos entretenidos con la mediocridad que mueve el mundo, siendo partícipes del sinsentido que es el sincriterio, el cual no existe porque faltó inquietud, ambición y empeño.

Ya lo dice Loquillo, “qué fácil consumir mediocridad”. Y qué difícil probarla siquiera cuando la tienes tan identificada, añado yo. Qué satisfacción tan grande provocan la autenticidad, la calidad de vida y el enriquecimiento. Cuánto sacrificio, también. Pero mi reino no es de este mundo y mi mundo consiste en eso.

Podéis ir en paz.

Pronto más regaliz para dos, amigos.

URBAN Style signature: Leticia San Andrés

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